Literatura
chilena, hoy.
Es grato constatar
que la literatura en Chile sigue respirando. Lo sabemos porque cada semana
recibimos, a lo menos, una o dos invitaciones para asistir a la presentación
de un libro; o porque nuestros lectores aumentan; y también porque
escritores como Skármeta, quien acaba de ganar el premio Planeta, ponen
nuestra literatura en primera fila de la literatura mundial.
También lo sabemos porque con el fin de subsanar la falta crónica
de posibilidades de publicar en nuestro país, los escritores chilenos
se organizan y crean nuevas instancias, como es el caso de PROLIART, la nueva
Promotora chilena del libro y el arte, que se estrena en sociedad durante
esta 13 Feria Internacional del Libro de Mapocho, y que promete ampliar, con
ideas nuevas, el horizonte de edición de nuestro país.
Todos estos son buenos síntomas, que decidídamente contrastan
con la sentencia negativa de que en Chile hay cada vez menos lectores. Cosa
que también parece ser cierta.
Pero,
¿ por qué se lee menos en Chile?
Lo cierto
es que en Chile se lee menos porque, entre otras cosas, los libros son caros.
Y falta de medios, y de práctica, se va perdiendo la costumbre de tener
libros en las casas. Esa es la gran causa del porque el mercado del libro
disminuye en nuestro país. Todos parecen saberlo, pero a nadie le importa.
Y el IVA que encarece los libros sigue existiendo.
Otra causa
que parece atentar contra el crecimiento del número de lectores es
la costumbre criolla de considerar valiosas únicamente las obras de
escritores que se benefician de una buena publicidad y convierten sus libros
en un bien de consumo.
Estos son siempre un grupo reducido, y es difícil que interpelen o
entretengan a todo el mundo, con la consiguiente desmotivación por
la lectura, porque no satisfacen las diversas espectativas e intereses.
Esta costumbre desgraciadamente ya enraizada en nuestro país, forma
parte de la cultura espectáculo, y tiene un efecto nefasto en el desarrollo
cultural de un pueblo.
Hay que decir que no en todos los paises ocurre lo mismo. Lo que comprueba
de que hay mejores maneras de hacer las cosas.
Es difícil acrecentar el número de lectores cuando a los escritores
se les considera un mero producto de consumo, entre otros, no se les valora
como es debido y son promovidos a “punta de raking”.
Paradójicamente,
a pesar de estos escollos gigantes, los escritores chilenos insisten en escribir
y hacer su trabajo. Ahora sólo falta lograr juntar a estos escritores
con lectores más dispuestos y capaces económicamente de acceder
a sus obras.
Sólo así parece posible dejar atrás el apagón
cultural en que todavía estamos sumidos y que, por momentos, parece
acrecentarse.
El esfuerzo creativo se multiplica. Eso se nota. Tenemos buenos escritores
en Chile. Y las nuevas generaciones aportan poco a poco su energía
y talento.
Por eso sería una buena cosa que todo este ímpetu creativo nos
bañe de una vez como una inmensa ola y nos despierte.
Por último,
una constatación que a estas alturas ya es evidente: la Internet tiene
un papel importante que jugar en hacer que esta ola crezca.