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Camila Reimers

 

El dominio anglosajón

 “Birdssss can’t talk”, “Birdssss can’t talk”, repetía Arthur mientras observaba su reino desde la cumbre de la jaula. Condorito seguía imperturbable y a pesar de tener la puerta de la jaula abierta, la libertad le importaba un bledo porque seguía englutiendo semillas que resbalaban con el agua del bebedero.

Los niños habían insistido que deseaban tener una mascota en el departamento y como los perros y gatos estaban prohibidos por el dueño del condominio, terminé comprándoles un loro con la promesa que serían ellos quienes limpiarían la jaula y se preocuparían de darles el alpiste.Pedrito y Cecilia, saltaban de alegría –un loro- decían -por fin vamos a tener un animalito en la casa.

Partimos a la tienda de animales y el dueño nos mostró un desaliñado pájaro verdeque nos miraba indiferente.

-¿Habla?- le pregunté.

-No señor, los que han aprendido a hablar son más caros, si usted quiere….

-No se preocupe, gracias- respondí, sabiendo que el loro mudo ya sobrepasaba mi presupuesto y mi trabajo de chofer de taxi no me permitía el lujo de un loro parlanchín.

Lo llevamos al departamento, junto con un libro de instrucciones ‘Cómo enseñarle a hablar a loros y cacatúas’.La idea era repetir una palabra, la misma palabra hasta el cansancio.

Mi esposa insistió que si queríamos integrarlo a la familia debíamos darle un nombre e ignorando a los niños que propusieron llamarlo Michael Jackson, lo bautizamos Condorito en honor al gran pájaro que vuela sobre la Cordillera de los Andes,tan lejana.

Ahora tenía que enseñarle a hablar.Recordaba con deleite todos los chistes de loros insultando a suegras y borrachos y me puse manos a la obra.Les prohibí terminantemente a los niños meterse en el proceso de aprendizaje, yo sería el encargado de la instrucción, mal que mal en mi país había sido profesor universitario aunque en Ottawa no había podido ejercer porque no tenía experiencia canadiense y me tuve que dedicar a chofer,no es que tenga nada en contra de los taxis… pero bueno, esa es otra historia.Elegí la palabra ‘HOLA’ por su simpleza de dicción y si consideramos que la ache es muda, en el fondo estamos enseñando tres letras y dos simples fonemas: O-LA, cualquier pájaro que se respete podría aprenderla.

Todas las mañanas antes de partir, me acercaba a la jaula y repetía –hola, hola, hola- hasta que me quedaba seco y terminaba mi café.Condorito me miraba con una indiferencia insultante, no coreaba ni ‘pío’ y yo partía descorazonado pero siempre con la voluntad de volver a la hora de almuerzo para continuar con mis “hola, hola, hola” y repetir la experiencia después de comida.Mi mujer me observaba con aburrimiento y los niños miraban el techo mientras suspiraban con un “que le vamos ahacer”.

Las cosas habrían continuado en el mismo ritmo si no es por un vecino que un día golpeó a nuestra puerta.

-Vecino, quiero pedirle un favor, fíjese usted que mis niños me contaron que sus hijos tienen un loro y usted lo cuida maravillosamente.Resulta que nosotros también tenemos un loro, pero aunque lo adoramos, no tenemos más remedio que deshacernos de él porque Susan es alérgica a las plumas, entonces yo me preguntaba vecino, si usted estaría interesado en tener dos loros en vez de uno.

-¿Habla su loro?- le pregunté recordando los precios de la tienda de animales.

-Por supuesto- dijo el vecino y con una sonrisa irónica añadió:porque todos los loros hablan, ¿verdad?

-Pssh! Claro- respondí –el Condorito sabe decir: Buenos días y los nombres de todos los habitantes de esta casa.

-¡Vaya!, mis hijos me habían dicho que su loro no decía palabra.

-Lo que pasa es queCondorito sólo habla en español.

-Arthur habla en inglés- respondió el vecino mirándome con aire de superioridad, además le permitimos volar dentro de la casa porque pensamos que la libertad es fundamental en el desarrollo psicológico de los pájaros.

Esa misma tarde, al volver del trabajo fui recibido por un loro que volaba por el living diciendo “welcome home”, “welcome home”.Por su parte, Condorito no tenía la menor intención de abandonar la jaula abierta porque quería asegurarse queArthur no le robaría ni las semillas ni el agua.Me acerqué a Condorito e insistí : “hola, holaaa, hooolaa”, pero nada.Esa noche, decidí darle clases extras, poner mayor esfuerzo en la enseñanza de mi discípulo y en vez de los 15 minutos correspondientes, me quedé dos horas al lado el pájaro sin lograr ningún resultado.

A la mañana siguiente me levanté a las seis en vez de las siete y media y continué con las lecciones.A la hora de almuerzo decidí volver una hora antes y salir de casa una hora después.A los tres días, con este ritmo intensivo de lecciones, Arthur en perfecto castellano y sin ningún acento había agregado la palabra “hola” a su vocabulario.De todas las frases que repetía el loro desgraciado, la que me caía peor era cuando decía “Birds can’t talk”, era tan simpático que el Condorito quedaba por el suelo.

Esto se había convertido en un desafío, si el loro inglés podía lucirse diciendo ‘los pájaros no hablan’, Condorito, contra viento y mareatenía que aprender que más no fuera un simple ‘hola’ en español.

Ahora me estaba levantando a las cuatro de la mañana y no iba a trabajar hasta medio día, mis hijos no me hablaban y mi mujer me amenazó con irse de la casa.

-No es por mí, mujer, es por la raza- le explicaba, pero ella me ignoraba y partía furiosa al trabajo.A estas alturas yo había abandonado el taxi y le dedicabatiempo completo a Condorito, pero éste seguía sin mostrar el más mínimo interés ni en hablar ni en abandonar la jaula.

La situación no podía seguir así, tenía los nervios de punta y una angustia existencial empeorada con el invierno más frío de los últimos años.Poco a poco empecé a formar un plan en mi cabeza, no le conté a nadie, pero tenía que hacerlo, la vida no podía continuar de esa manera.

El día del asesinato, actúe normalmente, es decir me levante a las cuatro e insulté a Condorito hasta que el bus escolar paso por los niños y mi esposa partió después de una mirada de furia capaz de deshacer un témpano.Cuando me encontré solo, abrí la ventana del comedor, dejando entrar los -40C, me dirigí a la jaula y abrí la pequeña puerta que mantenía cerrada durante la noche.Arthur, siguiendo su rutina, salió a volar por la casa, sorprendido al darse cuenta que había más espacio que de costumbre y sin pensarlo dos veces, se lanzó derechito al aire libre.Yo, inmediatamente cerré la ventana, puse la tetera para un chocolate caliente y me acerqué a Condorito que seguía comiendo semillas.

-A ver compadre- le dije -ya sé que no querís decir ‘hola’, pero hazle un empeñito con ‘Birds can’t talk’.

 

 

 

 


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