Fragmento
del libro SOBREVIVENCIA , de Alfredo Gaete Briseño
(
© Exclusivo para escritores.cl )
Lea
aquí en este primer capítulo del libro escrito por Alfredo Gaete
Briseño, las confidencias de Ximena Prádenas, ex esposa de Juan
Pablo Dávila, operador de Codelco, envuelto en el millonario fraude
al fisco. Conozca cuando conoció a Juan Pablo, su vida previa al caso
Codelco, y la manera en que, junto a sus hijas, ha vivido aquel drama.
Descubra además, la manera insólita en que fueron sepultados
los hechos, en un atentado a la inteligencia de todos los chilenos.
CAPÍTULO
I
Saludó
rápido como si fuera un desconocido, luego que afable dijera:
-Bienvenido, Pablo, imagino que quieres un café.
-No, gracias -respondió, apurado por acabar lo antes posible con su
diligencia y desaparecer de la escena.
Aquella tajante negativa, aún apegada a las costumbres del pasado,
cuando sin excepción acompañaron con un par de cafés
sus conversaciones importantes, la desconcertó. Tuvo la tentación
de servirlos a pesar de todo, pero se contuvo, limitándose a tomar
asiento en el sofá chico, único mueble al que aún no
echara mano.
Juan Pablo dio algunos pasos hasta situarse junto al ventanal, en el extremo
opuesto, y mientras ella percibía el áspero silencio, puso la
mirada sobre la inmensidad de aquel mar, apenas distinguible del cielo, casi
confundidos en el horizonte.
Transcurridos algunos instantes, la desvió con lentitud hacia la izquierda,
para recorrer el pretencioso continente, hasta Valparaíso, y caer nuevamente
en el imponente océano.
De improviso, se giró. Sus ojos impregnados por una frialdad acusatoria
la fulminaron, haciéndole sentir helada la sangre. Ximena, entonces,
realizó un vertiginoso repaso de sus culpas: “Sin duda -pensó
atormentada- está profundamente herido”.
Acostumbrada al hermético rostro de Juan Pablo, la impresionó
aquella inusual expresión de sorpresa, causada por el desmantelamiento
de aquel amplio espacio que tantas veces él recordara, desde la lejanía
de su encierro, como un lugar especialmente acogedor.
-Te ves bien -comentó ella, nerviosa, tratando de ablandar la situación.
Él, comenzó a pasearse, víctima de una evidente impaciencia,
y aunque sin responder, el brillo de sus ojos habló por mil palabras,
mientras recorrían cada espacio, echando de menos la gran variedad
de bandejas de plata y plaqué, igual que una diversidad de finos adornos.
Extrañó los cuadros con más valor... Las alfombras persas
tampoco estaban, ni el sofá grande, ni los arrimos... como si sus moradores
se hubieran mudado. Pero no, Ximena y sus dos hijas permanecían en
el lugar, haciendo milagros para subsistir.
Por fin, cuando la situación se le hacía insoportable, lo escuchó
rasgar el silencio:
-¿Qué pasó aquí?
-Ella demoró unos instantes en responder, por lo cual él insistió:
-¿Me puedes decir qué pasó?
Se produjo otro silencio, pero antes que él reiterara sus palabras,
ella sacó el habla para decir apenas audible:
-Los fui vendiendo, Pablo, de a poco... -y se calló, con la vista perdida
en el océano.
-¡Pero cómo! ¿Me puedes explicar qué significa
eso de... los vendí?
Ante tal hostilidad, ella reaccionó, aumentando el volumen:
-Si, pues, los vendí... ¿Qué querías que hiciera
luego de casi tres años y medio, y yo sin un peso?
-Pero no puede ser, ¿y también el mueble de lingue con la cuchillería
de plata que me regalaron los brokers, o sea Leopoldo y Roberto?
Ximena afirmó con la cabeza, luego se la tomó entre las manos
y haciendo un esfuerzo por no quebrarse, respondió con dificultad:
-También la colección de mates de plata que compré con
la plata de mi trabajo... y todo lo que falta... Y te lo dije, Juanpa, lo
hice innumerables veces en la cárcel... ¿No te acuerdas?
Él se mantuvo en silencio y ella continuó con los ojos vidriosos:
-Me echaron de Falabella, porque según ellos hicieron una reestructuración
y la decoración no tenía cabida. Debido a la recesión,
me dijeron. Es el colmo ¿no te parece? Y los pitutos no me dieron a
basto. A fin de cuentas, no había trabajo para la mujer de Dávila.
¿Entiendes? Tenía que pagar la luz, el agua, darle comida a
las niñitas y vivir yo... Porque mis amigas, las de ahora, Pablo -recalcó-,
harto me han ayudado, pero no les podía pedir más -calló
unos segundos-. No puedo pedirles más -insistió, mientras con
la manga de la blusa secaba sus ojos.
-No puede ser -reiteró, incrédulo, sin entender razones-. Los
debes tener guardados en algún sitio -machacó con dureza, sin
importarle cuánto la pudiera ofender-. Vengo saliendo de la cárcel
y me haces esto, apenas lo puedo creer.
-Pero no, Juanpa, revisa si quieres -dijo ella, sin asumir el absurdo de aquella
proposición.
Él la observó con furia, pero sin verbalizar las ideas que pasaron
por su mente. Sin embargo, sus ojos, brillantes hasta ese momento, bajaron
de intensidad hasta ponerse mansos como los de un cordero y, mientras cualquier
otro hubiera esgrimido una filuda espada de argumentos sostenidos en lo estúpida
que resultaba la idea de buscar ahí, él no... Y ella, acostumbrada
a sus insospechadas variaciones de ánimo, no se extrañó
del repentino cambio en la expresión de su rostro, que relajó
como si aquello no tuviera importancia. Tampoco la sorprendieron las lacónicas
palabras que pronunció:
-Bueno, será...
-Te hice un almuerzo rico -aseguró ella, cambiando de raíz el
ingrato tema.
Él se apresuró para responder a secas:
-No, no me quedaré.
-¡Pero cómo! -exclamó Ximena, sin entender el significado
de aquello-. ¿Cómo que no te quedarás?
-No, no puedo. Ni quiero. Ya estoy instalado en otra parte.
-Pero... ¿no vienes saliendo de...?
-Sí, es jueves quince de junio del año dos mil ¿no? En
mucho tiempo no olvidaré esta fecha, tal vez nunca. Salí de
Quillota poco después de las siete y me vine directo para ordenar las
cosas contigo, pues tengo todo preparado para rehacer mi vida.
Y obviando la palabra cárcel, también haber salido bajo libertad
provisional hasta la sentencia definitiva de la Corte Suprema, agregó
con un insufrible humor negro:
-Tuve tres años para organizarme.
-Está bien, pero siéntate, aunque sea tómate un café.
-No, Ximena, ya no tenemos nada que hacer juntos, de manera que mientras antes
terminemos con esto, mejor. Rehagamos cada uno su vida. Es una decisión
que tú tomaste, ¿recuerdas? Y con eso, mataste de una vez y
para siempre todo el amor que pudo existir.
-Pero Pablo, hemos pasado tantas cosas juntos y tenemos dos niñitas
-suplicó, desconcertada ante aquel ultimátum. Sus ojos brillaban
con fuerza, como si fueran a reventar en una cascada incontenible.
-No, Ximena -porfió él, y ante su incredulidad, agregó
con una dureza aun más pronunciada-, quiero que me des la nulidad.
Aquel golpe bajo la noqueó durante más de un minuto, tumbada,
incapaz de reaccionar, mientras él la miraba con impaciencia.
-¡No, no te la voy a dar! -chilló por fin, con la vista nublada
por la rabia.
Él arremetió, entonces, con palabras repletas de sarcasmo:
-¿Por qué no rehaces tu vida con el de la radio?
Otro golpe que no esperaba.
Juan Pablo la observó con insistencia.
Ella ordenó lo mejor que pudo sus pensamientos, y sintiendo que pisaba
sobre huevos, respondió con la máxima calma que pudo:
-Es verdad que él me ama, Juanpa, pero eso no lo convierte en un mal
hombre, por el contrario, aunque te parezca increíble, ha sido capaz
de darme consejos para recuperarte...
Juan Pablo enarcó las cejas, mientras Ximena continuaba con su hebra:
-Y por esa noble disposición, sí lo quiero, porque me ha ayudado
mucho. Pero no es a quien amo, Pablo. Es más lógico rehacer
mi vida contigo y nuestras hijas, como la familia que somos -suspiró-.
Es una locura lo que me estás pidiendo.
-¿De qué familia me hablas? No, ya tomé la decisión
y quiero que me des la nulidad, porque lo que has hecho no tiene nombre, y
ya decidí.
-No sabes de qué hablas, Juan Pablo, y ya te lo dije: ¡No te
la daré!
-Ya lo veremos... Por ahora, me voy.
-¿O sea que no te quedarás a almorzar, ni por tus hijas?
Estaba decidido a irse y desechó la proposición:
-No, voy donde mi papá y tú no tienes nada que hacer allá.
Además, no las metas a ellas.
Se produjo un silencio que Juan Pablo aprovechó para cambiar de dirección
la conversación, y suavizando el tono, tuvo la osadía de hablarle
como si fueran grandes compinches:
-¿Te pido un favor? -hizo una rápida pausa-. La calle, afuera
del estacionamiento, está repleta de periodistas esperándome
y no creo que sea momento adecuado para ponerme a dar entrevistas.
Ximena asintió con la cabeza, mientras decía:
-Por su puesto que no es el momento.
Él continuó:
-Sal rápido en tu auto para que te sigan. Entonces, podré hacerlo
yo y despistarlos.
-Está bien... ¿Vendrás a comer? -insistió incrédula,
obsesionada por la idea de retenerlo.
-No, Ximena, creo haber sido suficientemente claro.
La presión y las emociones eran muchas y Ximena no resistió,
quebrándose en sollozos que desembocaron en un ruidoso llanto.
Juan Pablo la observó durante algunos instantes y con indescriptible
frialdad reiteró:
-Bueno, rehaz tu vida con ése, ¿no lo quieres tanto?
-Ya hablamos de esto, Pablo, y te conté todo. Hasta te pedí
que me ayudaras. Él es el enamorado, no yo. Y pobre, porque es capaz
de comprender que yo quiera rehacer mi vida contigo y mi familia.
Él la miró con furia, pero al instante relajó el semblante
y dijo con insoportable indolencia:
-Tú mataste el amor.
-Pero tú, Juanpa, siempre me decías que me amabas tanto.
Él volvió a exasperarse durante breves segundos:
-Pero tú mataste el cariño, tú lo decidiste. Quiero la
separación.
-Pero Pablo, eres injusto. Yo jamás te engañé.
-¿Que no? ¿Crees que me trago cualquier cuento? ¿Crees
que soy idiota? No soy yo el que te culpa, Ximena, son las circunstancias.
-Pablo, ya lo conversamos y creí que estaba claro.
-¡Mataste el amor, Ximena!
-Pero si no he matado nada. Fui leal. Me sentí sola, desprotegida,
y te lo fui a contar para que me pudieras ayudar. ¿Qué más
lealtad quieres?
-La que implica la fidelidad, Ximena. Fuiste a la cárcel, según
tú a pedirme ayuda... ¡Pero qué cosa, Ximena!... ¿Creíste
que desde ahí te podía ayudar? ¿No te parece un tanto
ridículo y cruel?
-Tal vez suene así, Juanpa, pero no. Lo que ocurrió, fue que
estaba desesperada. Nunca antes me pasó, en todos los años de
matrimonio.
-Sí, pero el amor se mata una sola vez -sentenció, una vez más,
con dureza.
Ximena deseó refregarle la gran cantidad de ocasiones en que la había
engañado con otras mujeres, pero por conveniencia se lo tragó,
igual que otras veces, evitando echar a perder sus planes de reconciliación.
-Mataste el amor -repitió Juan Pablo- y yo estoy rehaciendo mi vida.
Déjame. Por favor no me hagas más daño. Ya has hecho
suficiente.
-Creo que tienes celos infundados, Juanpa.
-¿Celos infundados?... Ubícate, Ximena. Déjate de cuentos
y de una vez por todas dame la nulidad. Tú mataste el amor y yo tengo
derecho a rehacer mi vida -se silenció de improviso y ante el asombro
de Ximena, dio por terminada la discusión-. Ahora, por favor, mejor
salgamos. Hazlo tú primero.
Ella, sin saber por qué, aunque a contrapelo, obedeció, subiendo
como autómata hasta el estacionamiento, donde abordó su auto
y abandonó el recinto, perseguida por los periodistas, quienes rápidamente
pusieron en marcha sus vehículos.
Juan Pablo esperó a que la calle quedara desierta y subió en
el que andaba. Giró las ruedas en sentido contrario, y sin perder tiempo,
sabiendo que pronto descubrirían su treta, aceleró con vehemencia.
Este
libro se encuentra en venta en las principales librerías del país