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Continuación de la historia inconclusa

Pamela Shrestha.


   
Sin dinero, y llena de orgullo; fue poco lo que vivió con su prima. Esta mujer con la que María había crecido, ya sabía las leyes de la ciudad y no pensaba volver a ser la provincianita a la que todos visitaron .

"Tenis que despertar María", le decía la prima , asi como si estuviera celosa de la condicion pura de la recien llegada.

"Aqui en Santiago nadie te regala nada."

Como consuelo, María pasaba más en la iglesia, donde habia empezado a hacer amistades .Todos, los feligreses varones que habian escuchado por su mujeres celosas los problemás de la provincianita, la abrazaban a escondidas,para animarla ,y con sonrisas de oreja a oreja ,le ofrecían compartir un cuartito. Le prometían que estaría ubicado fuera del centro de Santiago, donde tuviese más privacidad, y asi, pudieran por fin ahondar en ese escote y en esos pechos tan voluminosos que entusiasmaban hasta el cura de la iglesia.

 

Al ojo del capitalino, María ya estaba bastante grandecita para saber lo que queria. A los ojos de su padre ella siempre sería su reina chica, como solía llamarla con carino. Si no fuera por el verdor de sus ojos, elasticidad de piel y el largo pelo negro-azul, María ya hubiese estado entre las mujeres a las que se le fue el tren, como dicen en Chile. Tristemente, el valor de la inteligencia nunca le habia servido para nada. Su padrastro, había dedicado su vida entera a enseñar en una escuelita de hombres, y le había prometido a su difunta esposa velar por su hijastra hasta que decidiera hacerse monja. Entre chistes el viejo le decía que no la dejaría casar hasta los 50. Ahora María entendia que esos celos de padre no eran chiste, si no un testamento.

 

Sus sueños de lluvia la mantuvieron un tiempo. El calor sofocante de Santiago en cambio la forzaron a plantar un pie en la realidad. El otro, siempre volaría en un pais extrano, donde alguna vez se vio en sueños, rodeada de gente joven escuchando su voz con antención. Nunca entendió el sueño, pero las ironías de la vida le harían despertar en un país totalmente diferente, después de diez anos.

 

Después de caminar todo Santiago , buscando trabajo, se encontró en la Alameda. Cansada, con hambre, recordaba los curantos de su padre, la chicha de manzana, y el chapalele. Su boca roja, los dientes blancos, empapados con saliva y sudor, vieron botellas de agua santa,esa agua que vendían los capitalinos más estafadores, cont{andole a la gente que la había bendecido el papa en su visita a México. La duena del quiosquito, vieja, aturdida por el trabajo arduo, le tuvo lástima , y le dijo que se bebiera una botella, al fin y al cabo, habia una llave atrás de la biblioteca nacional, y podían llenarla de nuevo.

 

Después de beberse el liquido santo, y mientras miraba su mapa de regreso al cuartito del feligrez,.que todavía no cobraba renta ;vio un señor rubio y alto, lleno de libros y lentes gastados que la observaba como Davinci cuando se enamor{o de la Monalisa.

 

En Chile, como todos saben, cualquiera que sea rubio, mal vestido, y parezca perdido ;es gringo. :Los ladrones deben saber eso, porque apenas lo vieron no se demoraron ni un minuto en uzurparle los bolsillos. Este gringuito era reci{en llegado, porque tenía hasta los bolsillos de la camisa colgando.

 

"Ve, eso le pasa por andar paveando" María le dijo con tanta seguridad, que el pobre gringo no tuvo más que quedarse callado.

"En vez de mirarme tanto , debiera preocuparse m{as de los libros y de sus bolsillos", le dijo con más ternura, y arrepentimiento, por haberse visto en la misma situación semanas atras.

 

En agradecimiento por sus palabras y ayudarle a llevar unos cuantos cientos de libros, el gringo le ofrecioó algo para comer. María le hecho la culpa de su dolor de estómago a las empanadas de queso y a los sandwiches de potito, y como poco sabía del mal de amor, le agradeció al gringo la gentileza y se preparó para retornar al cuartucho. Esta vez , sabía que el feligrez la esparaba , putrefacto a colonia, y con esperanzas de agradecimiento.

Al bajar del bus sintio su cuerpo, húmedo, helado, como si alguien le dijiese que se detuviera a morir por unos instantes. Las advertencias de su prima finalmente se hacian realidad. Sería que Dios la había dejado de acompañar.

A la distancia vio la casa lugubre y oscura. Con cada paso estaba más cerca de lo que algun dia le contaron las sureñas más liberales, y sabiendo que no era dinero lo que el arrendador buscaba, apretó con fuerza su rosario , y con la cabeza en alto decidió entrar.

Dios debe haber estado de su lado porque lo único que encontró fue una nota donde decía que el feligrez se aburrió de esperar, y que prometía volver al otro dia a la misma hora.

 

En medio de un ataque de enojo, miedo y tristeza ,María agarró todas sus cosas, lo último que le quedaba de dinero, y prometió dignamente, nunca más volver a ese cuartucho que la tuvo en ascuas por miles de horas.

 

Con un espíritu más tenaz y relajado decidió subirse al metro, un subway, que cubre casi todo Santiago, y que permite ver las distintas clases sociales de los capitalinos. María observó a las mujeres que se dirijían a sus oficinas, algunas executivas, con trajes caros, otras más pobres, con ropas más sencillas, pero todas hermosas. Como haciéndose un examen de conciencia se miró a sí misma, más madura, llena de polleras rotas, sin plata, y hasta con hambre. Todo el camino le pidió a Dios, que el gringo todavía se encontrara trabajando en sus libros ,y quizás, el pudiera ayudarla.

 

El gringo, Matthew Ubbens, había vivido en Chile por tres años durante su juventud, a cargo de un programa de Peace Corp. Tanto le facinó Chile, su gente, y su inteligencia que inventaba un sabático a Santiago cada dos años. Esta vez pensaba en radicarse. Como María; Matthew no sabía que el amor primero atacaba el estómago, y se resignó a vivir de doctor en doctor, para que le curaran su úlcera inventada.

 

María llego a la biblioteca a la hora de almuerzo. Nunca pensó que su vida se convertiría en visitar gente a la hora de comer. Toda su vida, aunque con simplicidad, habia tenido las cosas que necesitaba.

Su padrastro siempre la había cuidado, y ahora se encontraba en un mundo en el cual tenía que depender de ella misma.

 

Quizás nunca se arrepentiría de haber dejado su tierra sureña. María sabía que lejos de su padre podría encontrar un marido que no hubiese sido apuntado con escopeta, como lo acostumbraba hacer el profesor ,cada vez que uno de sus estudiantes se acercaba a la niña santa. Ahora, la mujer, de 40 años, se reía de su desgracia. Pensaba en que pudo haber tenido millones de novios sin la ayuda de ese viejo profesor.

 

Su estómago volvió a invertirse. Un conglomerado de jugos salivales se escaparon a raudales por todo su cuerpo albo. Sintió que mientras más cerca estaba de Matthew, más complicado era el dolor.

El gringo, por su lado, sentiría una mezcla de compasión, ternura y amor, por esa mujer que le recordaba de su úlcera.

 

No pasaron muchos años. María y el nuevo chilensis Mateo, terminaron por no donar más textos universitarios, ahora los escrib{ian. Se pasaban de un país a otro, conociendo gente, aprendiendo de otras culturas. Cada otono, María se inscribía en la universidad de Wisconsin, para terminar su carrera de profesora de español. Su marido creía firmemente en el talento virgen de su esposa, y no tuvo que esperar mucho para ver a su mujer titulada con honores, y con dos maestrias a la espalda.

A los 50 años, María entendia al viejo bonachon de su padre. El verdadero amor es difícil de encontrar. En Mathew vio su otro lado del alma, como si en un espejo se revelara la otra parte de esa mujer inteligente y sensual.

Adoptaron niños de todas partes del mundo, y segun me contaron, hasta nietos tuvieron. Ojalá que esta historia sea real, porque a mi me gustó mucho. Una mujer de 40 anos, con una vida formada , es poco lo que puede hacer para cambiar su futuro en la sociedad chilena. María es una triunfadora. No importa a quien conoció, ni de donde era, ni cuantos años tenia. Después de presentadas las posibilidades, ella se casó, estudió, trabajó, y amó hasta no poder más.


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