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Juvencio Valle

Por Fernando Jerez


Ni siquiera se necesita memoria para recordar a Juvencio Valle, porque es un poeta de nuestros días, de los mejores poetas nacidos en esta tierra, marcado por el destino para vivir, como otros grandes, cuando Neruda ocupaba con esplendor el escenario de la fama y se quedaba con todos los elogios. Gilberto Concha Riffo, llamado Juvencio Valle, nació en Villa Almagro, cerca de Nueva Imperial, el 6 de noviembre de 1900. Lo conocí en la micro 5, “Ñuñoa Vivaceta”, cuando yo era estudiante. No sabía quién era él, pero me llamaba la atención su buena facha, siempre vestido con sus arrugados trajes de pana, luciendo cierta elegancia transgresora para aquellos años. Lo vi ampliar y embellecer paso a paso, su casa de Eliecer Parada, porque yo vivía a unas pocas cuadras, en la calle Pucará, y me detuve muchas veces a contemplar cuánto disfrutaba cultivando su hermoso jardín. Cada 6 de noviembre, el día de su cumpleaños, él y su amada esposa María Gálvez, abrían las puertas de su casa para que entrara quien quisiera a saborear el asado fabuloso que con lentitud exasperante se cocía bajo un parrón alargado.
Su primer libro, “La flauta del hombre pan” lo publicó en 1929. Otras obras importantes que debo mencionar en este pequeño espacio, son “El libro primero de Margarita”, del que la Editorial Tiempo Nuevo ha hecho una reedición, “El hijo del guardabosque”, “Del monte en la ladera”, “Estación al Atardecer”, “Pajarería chilena”. La Editorial Lom lanzó al mercado un libro de título pretencioso, “Todo Juvencio Valle”, obra que permite una aproximación al mundo de este gran poeta chileno de todos los tiempos.
Juvencio era un hombre de pocas, pero dulces palabras. Neruda le dedicó un poema en el “Canto General”: “...Sólo tú, silencioso,/ entraste en el aroma que la lluvia derriba/ incitaste el aumento dorado de la flora, /recogiste el jazmín antes de que naciera...”

Este chileno ilustre y poeta magnífico, fue también corresponsal de guerra de la revista “Ercilla” en España, durante dos años, a partir de 1938. De él ha dicho recientemente el ex jefe del gobierno español, Felipe González: “A través de sus escritos he podido conocer su vida, su extraordinaria obra poética y su amor por España”. Por otra parte, mucho más atrás en el tiempo, el 2 de julio de 1951, Rafael Alberti confesaba en una carta dirigida a Juvencio: “Nunca he podido olvidar aquellas tardes en casa de Aleixandre (Vicente Aleixandre, poeta español, Premio Nobel 1977), aquellas largas charlas con él y contigo y, a veces, con nuestro gran Miguel Hernández...”
Ganó cuanta elección realizó el gremio de escritores y estuvo presente junto a los más débiles en los abundantes momentos traumáticos de la vida social chilena.
Fue amigo de todo el mundo, pero sus más íntimos fueron indudablemente Rubén Azócar y su hermana Albertina, Diego Muñoz, Luis Enrique Délano, Francisco Coloane, Tomás Lago. Lleno de afectos y de un humorismo que lograba expresar con especial encanto en las pausas de sus largos silencios. En cierta ocasión, me mostró un libro de poemas que un poeta principiante, en plena juventud, le dedicara con sentida admiración : Pablo Rodríguez Grez. En 1966, se hizo insostenible la presión del mundo intelectual y, por fin, le fue concedido el Premio Nacional de Literatura, el mismo premio que Gabriela recibió seis años después de haber obtenido el Nobel.
Cuando falleció en 1999, recordé los últimos versos del poema de Neruda que mencioné antes:“También tenemos en secreto otros tesoros:/ hojas que como lenguas escarlata cubren la tierra, y piedras suavizadas/ por la corriente, piedras de los ríos.”


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